300 años de vida y de historia del Templo de San Felipe Neri, La Profesa
R.P. Guillermo Méndez Garduño C.O.
Prepósito
En la fachada del lado de la calle de Madero se encuentra la inscripción (se respeta la escritura original):
“Se acabo esta Yglesia a 21 de abril del año de 1720 años”.
Un proceso que hasta ahora no revela ninguna crónica, carta ni memorial, pero del cual conocemos el resultado, ocurrió con el templo de la casa profesa conforme se acumularon los años de su primer centenario.
Según parece, en la Colonia no existió la costumbre de evocar el pasado y de celebrar aniversarios al estilo de nuestros días. El sentido de la historia y la percepción del tiempo se regían por otra concepción, donde eran más significativas las fiestas consagradas que las especulaciones aritméticas sobre los sucesos.
La contabilidad de pérdidas y ganancias, hábito del presente, nos sirve para aplicarla a otras épocas: Mucho antes de completar un siglo, el templo de la casa profesa reunió en torno a sí una verdadera iglesia, es decir, una congregación de fieles, una feligresía, integrada por un vecindario donde estaban representadas todas las clases sociales y cuyas diferencias se borraban, por lo menos, en el crisol de las ceremonias.
Algo que también ganó el templo en su primer centenario fue un nombre propio: dejo de ser “la iglesia de la casa profesa” para convertirse en el templo de La Profesa. Con el paso del tiempo, este nombre designó también a la calle, que se dejó de llamar “de los Oidores”. Iglesia, nombre propio, vecindario, ceremonias, cofradías, campanas, confesionarios, jubileos, predicaciones y jesuitas fundaron una tradición, o más bien, un complejo tradicional en el centro de la ciudad.
Por otra parte, en el centenario era ya notorio el deterioro del edificio, según lo expone el documento notarial suscrito por el provincial, P. Alonso de Arrivillaga y por la marquesa de las Torres de Rada el 14 de abril de 1714, cuando esta dama se comprometió formalmente a reconstruirlo.
El texto habla de “lo undido que se halla y otras grandes incomodidades que padece”. Luego, es posible inferir que el piso estaba disparejo, debido a los desniveles cercanos a los muros de carga. En cuanto a las “grandes incomodidades”, podemos imaginar grietas en la techumbre, que ocasionaban chiflones y goteras; inclinación de muros y columnas que afectaban la serenidad del ánimo y el aspecto del recinto.
Esta breve descripción del documento notarial sirve de antecedente para explicar la “grave necesidad de su renovación y nueva fábrica”, cuyo costo la Marquesa estaba dispuesta a sufragar, y cuya supervisión contaría con la experiencia del provincial, P. Alonso de Arrivillaga, quien había cuidado la erección del templo del Colegio de Valladolid, donde fue rector, a fines del siglo XVII.
En la decisión de reconstruir el templo de La Profesa también influyeron el gusto y las necesidades de la época, que eran diferentes a las del siglo anterior. El estilo arquitectónico de moda era otro. Frente a estos valores, resultaban inadmisibles las deficiencias en el templo más frecuentado de la ciudad.
La obra de reedificación del templo fue encargada a Pedro de Arrieta, el más importante arquitecto novohispano de entonces, contemporáneo del español José de Churriguera. En 1691, Arrieta había culminado sus estudios en España, de donde volvió para convertirse en el iniciador de la primera etapa del barroco.
Cuatro años después había realizado una obra que le dio fama y autoridad. El estilo plasmado en el edificio de la Santa Inquisición (mejor conocido) como la antigua Escuela Nacional de Medicina) le mereció ser nombrado Maestro Mayor por el tribunal inquisitorial.
Según el cálculo de Arrieta, para el templo de La Profesa “se necesitavan precisamente cantidad de cien mil en reales” que la Marquesa donó en el término de 5 años; 25,000 anuales; 400 a la semana para pagar materiales y operarios.
El documento sirvió para fijar su compromiso por el límite de esa suma precisamente, ni más ni menos, con lo cual ella y sus herederos merecieron los P y beneficios como patronos del templo: presencia de su escudo de armas en la fachada y sepultura en el interior de la nave.
Doña Gertrudis de la Peña, marquesa de las Torres de Rada, cumplió su compromiso en cuatro años, tres meses. El finiquito del contrato lo suscribió el 16 de julio de 1718 el P. Arrivillaga, quien siguió a cargo de la supervisión de la obra después de haber sido Provincial, en marzo de 1715.
Otros fieles contribuyeron con limosnas de diversa monta para culminar la fábrica. El mercader Andrés Pérez de Benabia y su esposa, Rosa María Canzeno, devotos de la Virgen de San Ignacio, por ejemplo, se comprometieron a aportar un peso a la semana durante el tiempo que durase la construcción, más cinco pesos adicionales para cada una de las bóvedas del templo, en honor de Jesús, María, José, Joaquín, Ana y las ánimas del Purgatorio.
Una vez cumplido su compromiso formal, doña Gertrudis de la Peña, la Marquesa, hizo una donación adicional de 20 mil pesos. Posteriormente testó en favor del templo de La Profesa todas sus alhajas personales y las de su recámara, para que con ellas se hiciese un cáliz a San Juan Francisco de Regis. La muerte de la Marquesa ocurrió en 1738.
Mientras se reconstruía el templo, también la casa profesa fue restaurada con obras tales como la nivelación de los pisos hundidos, la sustitución vigas podridas y la tapa de goteras, gracias a donativos como el de Juan Antonio Tresviñas, quien aportó 40 mil pesos para este fin.
La fábrica del nuevo templo duró tan sólo seis años. La estatura de las torres y la cúpula transformaron el paisaje urbano y la belleza de la fachada barroca debió satisfacer a los feligreses lo mismo que a Pedro de Arrieta: el curriculum vitae del arquitecto para ser nombrado Maestro Mayor de la Catedral y del Real Palacio, en 1720, contenía la mención del templo de La Profesa entre sus obras.
El nuevo templo fue dedicado el 28 de abril de 1720 en una ceremonia de la cual no se ha hallado una crónica tan prolija como la que mereció la dedicación del primero, en 1610, pero que seguramente fue también magnífica.
Sabemos que el arzobispo José Lanciego estuvo en la ceremonia, y según la versión del P. Astráin, fue quien predicó. Lazcano, en cambio, asegura que el predicador en esa ocasión fue el P. Juan Antonio Oviedo (1670-1757), quien a la sazón era rector del Colegio del Espíritu Santo de Puebla, pero había estado al tanto de la fábrica en el tiempo que fue confesor de la Marquesa. Es probable que en esa ceremonia hayan intervenido dos predicadores.
BIBLIOGRAFÍA.
SECRETARÍA DE DESARROLLO URBANO Y ECOLOGÍA, LA PROFESA. PATRIMONIO ARTÍSTICO Y CULTURAL. MÉXICO 1988. P. 61-62.